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Channel: Un informático en el lado del mal
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Más allá de los límites de tu realidad

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Me crié en Móstoles, en un barrio obrero donde la mayoría de mis amigos acabaron también de obreros como sus padres. Ese podría haber sido mi destino y de hecho aprendí el oficio de pintor y de barnizador, además de poner ladrillos en la obra. De toda esa época guardo recuerdos y lecciones de vida de lo más curiosas. Una de esas anécdotas que más recuerdo es cuando el encargado de la obra en la que yo trabajaba como ayudante de albañil me regañaba porque "la cabeza solo me servía para llevar el casco y nunca sería nada en la vida". Ha conseguido que no me olvide de él nunca, lo reconozco.

Figura 1: Más allá de los límites de tu realidad

Ahora me río, pero en aquel entonces yo estaba por entrar a la universidad y necesitaba dinero para pagarme el carné de conducir, así que cuando estuve de albañil era mi primera vez y no entendía nada del argot. Que si la cercha, el chino y la madre de los puntales. Necesitaba el trabajo, así que cuando me preguntaron que si sabía yo "untar el ladrillo", afirmé que sí, pero en la prueba se vio claro que no iba a poner un ladrillo "visto" en toda mi corta vida de albañil. 

Aprovechaba en aquel entonces los ratos de la comida, los transportes en tren, y el bocadillo para leer libros, que era lo que realmente me interesaba. No, no era lectura técnica. En aquel entonces estaba enganchado a la lectura de novelas que me hacían vivir más por el mismo precio. Creo que en aquel momento estaba disfrutando con el folletín de Los Tres Mosqueteros, para ser exacto.

Os cuento estas aventuras no porque fuera algo duro de mi vida, sino porque en aquella obra, mientras bajaba por la rampa - donde el futuro irían los peldaños de las escaleras - para ir de la cuarta a la tercera planta, cargado al hombro con ocho o diez puntales, y sin más protección contra la caída al vacío que una cinta de aviso, me di cuenta de que ese no tenía que ser mi futuro. Quería estudiar e iba a hacerlo con ahínco y tesón. No quería ser un obrero de la construcción, ni pintor, ni barnizador, que eran los oficios que había aprendido hasta ese momento.

Ni obrero... ni oficinista

Mi madre siempre me había dicho que estudiara para poder tener un trabajo en el que no pasara frío en invierno y calor en verano. Mi madre quería que fuera "oficinista". Con 13 años me saqué el título de mecanografía para poder pasar cartas a máquina - lo que me llevó a salir en la radio de Móstoles por precoz -, y el título de contable para poder llevar los papeles en alguna oficina. Como os podéis imaginar, las alturas de miras que mis padres tenían para mí eran lo mejor que su realidad les había dejado conocer. Ellos también tenían sus propios límites a su realidad. O bien trabajar en una obra o bien trabajar en un oficina llevando papeles. 

Eso me fue lastrando durante muchos años, ya que yo no conocía nada del mundo de la empresa, nada del mundo de las grandes compañías, nada de las comunidades de personas por todo el mundo, nada de idiomas, nada de negocios o de cómo funcionaba el mundo. Tenía unos límites de la realidad bastante reducidos. De hecho, fui el primero de mi familia en acabar una carrera universitaria y para que os hagáis a una idea no fui a un hotel ni monté en un avión hasta el año 2000, cuando ya tenía algo más de 20 años. Vengo de familia obrera, y la universidad quedaba bastante lejos para mis ancestros en sus tiempos, al igual que muchas otras cosas.

Cuando me embarqué en Informática 64, mi madre se preocupó mucho, porque tenía que ocuparme de pagar las nóminas y los impuestos todos los meses, pero al cabo de un par de años ya había conseguido lo que a ella le daba confianza. Tenía una oficina, un sitio donde no pasar frío en invierno ni calor en verano, pero entonces... descubrí que no era eso lo que yo quería. Había llegado a los límites de mi realidad y a partir de ese momento volaba sin mapa. No tenía ningún contacto, amigo o familiar que me pudiera indicar qué caminos había por recorrer o que oportunidades tenía por delante. Y lo peor, sabía que no me gustaba eso de ir todos los días a una oficina a gestionar cosas, pero no sabía como salir de ahí. Y entré en mi primera crisis existencial.

Prefiero ser un indio

A partir de ese momento, el resto de mi carrera profesional se compuso básicamente de saltos al vacío constantes. Decidir un día que no quería trabajar con traje y corbata, lo que hizo que algunos clientes decidieran no continuar trabajando conmigo. Decidir que no quería dedicarme a gestionar cosas desde una oficina sino ser un "Road-Warrior" y salir a disfrutar del mundo y contar al que quisiera escucharme mis cosas desde un atril, lo que me obligó a contratar gente que llevara las cosas de la oficina. Decidir que quería seguir aprendiendo en la Universidad, lo que me obligó a reducir mi jornada laboral y quitarme tiempo de diversión y ocio para sacarme todos los estudios hasta terminar con el doctorado. Decidir que quería aprender Inglés y dar el salto fuera de España e irme a vivir al extranjero. Siempre fui sin mapa, de lo poco que iba conociendo aquí y allá, y de lo poco que iba descubriendo de mí mismo en cada crisis personal de inconformismo o tristeza.

Cuando vivía en Londres quedaba con un chico - al que hice una entrevista - que había contactado para hacer Language Swapping. Yo le enseñaba Español y él me enseñaba Inglés. Yo no tenía trabajo, así que tenía tiempo libre de sobra para pasear por la ciudad y estudiar. Me vino genial ese tiempo de soledad paseando por Leicester Square, los ratos de lectura en Victoria Station o las visitas a las teterías al lado del London Eye. Iba buscando aprender inglés y liberarme, y me encontré un poco más de Chema Alonso en mi interior. En uno de esos paseos en soledad, llamé a mi madre desde la orilla del Támesis y tuve una conversación con ella en la que descubrí que la estaba superando todo esto que estaba haciendo yo.
- "Hijo, ¿cómo te tratan?"
- "Bien mamá, como un inmigrante más", respondí.
- "Pero hijo, tú diles que no eres un inmigrante, que eres un Español que ha ido a aprender inglés pero que vas a volver, ¿verdad?".
En la búsqueda de los límites de mi realidad decidí con 30 años sacarme el carné de moto - no he montado en mi vida yo solo desde el día que me lo saqué, que me da pánico -, el Curso de Acreditación al Profesorado de secundaria - para lo cuál tuve que pasar exámenes, entregar memorias curriculares y dar clase en un Instituto de Bachillerato durante un tiempo, y por supuesto irme a Londres a vivir a aprender Inglés. Sin trabajo, viviendo de ahorros, y dejando la empresa en manos de otros. ¿Fue lo correcto? Pues no tengo ni idea, solo estaba intentando vivir mi vida como podía y descubrir los límites de lo que tenía y lo que podía hacer, pero por supuesto descubrir qué es lo que quería hacer en mi vida. Así son las crisis personales, que tienes que buscar el camino que te lleve a tu sitio en el mundo y encontrar lo que el mundo te puede ofrecer.

Buscando nuevos caminos

Hoy en día existen personas que piensan que yo he ido muy rápido en la vida, haciendo las cosas muy deprisa, pero la realidad es justo al contrario. He ido muy lento porque he tenido que dar muchos rodeos y empujar muchas puertas para encontrar mi camino. Creo que he dado más de 10.000 horas de formación y consultoría en las empresas, más de 500 conferencias en España y más de 100 conferencias por todo el mundo - con sus correspondiente trabajo previo y sus correspondientes viajes - antes de conseguir que una compañía como Telefónica decidiera fijarse en una charla mía y darme una oportunidad. Aquello terminaría años después en confiar en mí para dirigir Eleven Paths, pero antes, he tenido que arriesgarme con mi propia empresa - y poner el dinero de mis ahorros cuando no había para pagar las nóminas -, he tenido que formarme todo lo posible y, como decía un compañero de Móstoles al que aprecio y respeto, "tirar mil anzuelos al mar para pescar un pez".

Al principio, Igor - que así se llama el amigo del que os hablo ahora - y yo, recogíamos periódicos viejos abandonados en bares o de publicidad, y buscábamos nombres de empresas de formación. Hacíamos una lista con todas, y una a una íbamos llamando para ofrecer nuestros servicios de profesores especialistas en informática. Cada vez llamaba uno y nos picábamos a ver quién conseguía más reuniones. Hoy en día, con eso que tiene la mente de recordar solo lo bueno, lo recuerdo con gran cariño y diversión. Solo estábamos descubriendo los límites de nuestra realidad. Éramos "Mostolitas" que querían ir más allá en su vida, aunque no sabíamos muy bien a dónde.

No te pongas límites, ni dejes que te los pongan

Hoy, con el poco conocimiento que me ha dado mi propia experiencia personal en la vida, de vez en cuando me atrevo con mucho miedo a dar algún aconsejo a compañeros, amigos y chavales, intentando evitarles alguna de esas cosas que yo probé y que no me funcionaron. También conozco algunos de los destinos que buscamos los seres humanos, y algunos que puede que no existan o que no sean tan divertidos como esperabas al principio. La realidad siempre supera la ensoñación.

Sin embargo, lo que sí quería compartir con vosotros en este post - y sobre todo con los más jóvenes - es que no debes ponerte límites en tus posibilidades. A mí me costó mucho quitarme el límite de ser un obrero o un oficinista y fui dirigiendo mi futuro hacia esos destinos sin darme cuenta del porqué. No debes ponerte límites por la ubicación donde vivas, y debes soñar con el futuro que deseas, pero hacerlo con los ojos abiertos.

Figura 2: Disfrutando como un enano dando una charla en un instituto de Pamplona con los chavales.
Una foto que me recuerda lo mucho que me divierte lo que hago hoy en día en mi trabajo

No te pongas tú solo los límites desde el principio. Cuesta mucho quitarse los límites de tu realidad que te ponen los demás o que te pone la vida por el hecho de haber nacido donde has nacido, así que ahora mismo, elimina cualquier límite que hayas aceptado. No será fácil, ¿quién ha dicho eso? Pero te garantizo que será apasionante volar más allá de los límites de tu realidad.

Yo aún sigo buscando los míos, que ni por asomo creo que haya llegado al final de mi viaje ni a mi último sitio en el mundo. Aún me quedan ganas de abandonar mi zona de confort y volver a empezar de cero otra vez. Me queda mucha guerra que dar, mucho amor que entregar, muchas cosas por hacer - como mi viaje por la costa oeste de USA - y muchas risas que emitir antes de que piense que he alcanzado los límites de mi realidad. 

Saludos Malignos!

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